Ya sé de sobra que tiene esa sonrisa y esas maneras y todo el remolino que forma en cada paso de gesto que da.
Todo eso de que los besos de ciertas personas saben mejor es un cuento que me sé desde el día que me dio dos besos y me dijo su nombre.
Así que supondrás que yo soy la primera que entiende, el que pierdas la cabeza por su sonrisa y el sentido por sus palabras.
Quiero decir que a mí de versos no me tienes que decir nada, que hace tiempo que escribo los míos.
Que yo también le veo. Que sé como agacha la cabeza, levanta la mirada y se muerde el labio superior.
Que me sé sus cicatrices, y el sitio que tienes que tocar para conseguir que se ría.
Que yo también me he memorizado su número de teléfono, pero también el número de sus escalones y el número de veces que pronunció mi nombre.
Y yo sí que no tengo ovarios a decirle que no nada, porque tengo más deudas con su espalda de las que nadie tendrá jamás con la luna.
Lo entiendo. Que yo escribo sobro lo mismo. Sobre el mismo.
Que razones tenemos todos.
Pero yo, muchas más que vosotras.
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